Morticia dispuso el veneno con sumo cuidado en las copas de sus invitados. Éstos, sentíase en la gloria, pues Morticia no escatimaba en agasajos para que nadie pudiera sospechar de sus truculentas intenciones. Despejar el camino.
Todos bebieron de sus copas. Menos uno. Percival se apercibió de que hasta el vino mas burdo no espumea en la superficie. Morticia le juró su ira con la mirada. Percival levantó su copa, y sin que el pulso le temblara se la ofreció a Morticia para que bañara con ella.
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