No muy tarde, a eso de las once y cuarenta y ocho de la noche, sonó el timbre de la puerta. Al principio dudé de que así hubiera sido. Pensé que, con absoluta seguridad mi mente somnolienta había jugado una pequeña broma a mis sentidos. Además, no me costó ni medio esfuerzo convencerme de eso puesto que no me apetecía nada levantarme de mi cómoda situación, sentado en el sofá del cuarto de estar, con un sándwich club casero recién mordido y mi película favorita de esta noche abriéndose paso con unos primeros planos prometedores. En realidad, es muy fácil convencerse a uno mismo de no hacer algo cuando ese algo no nos apetece nada.
Pero me equivoqué. El timbre volvió a sonar. Esta vez lo oí claramente. Sin yo quererlo mi subconsciente, tantas veces traicionero, estaba alerta a este segundo timbrazo que cualquier ser humano a ese lado de la puerta lanza (casi) siempre para convencerse de que nadie o alguien abriría la puerta esta vez.
Seguramente eso fue lo que pensó la persona que me encontré cuando abrí la puerta. Viendo su cara de satisfacción al conseguir el primer objetivo con éxito. Que la puerta fuera abierta.
Por fortuna tenía en mi alacena (siempre me ha gustado esta palabra) pan bimbo y demás ingredientes para hacer un segundo sándwich club casero. Y una botella de vino aun sin abrir, tinto, a la temperatura perfecta gracias al frescor de la noche. Y para mi completa sorpresa resultó que mi película favorita era también la suya, aunque no la terminamos de ver.
La rueda lleva ya girando un buen tiempo, antes de que empezaras tu a andar. Puedes elegir intentar pararla, subirte a ella y girar al mismo ritmo, o marcar tu ritmo en equilibrio. Hagas lo que hagas, lo que ya ha rodado, rodado quedará.
Un buen vino, una buena película y buena compañía...se aproxima bastante a lo que entiendo como "felicidad"
ResponderEliminar