— Seguramente que
con el fragor de las disputas, no se ha dado cuenta Vuecencia de que estos
pabilos han crecido demasiado, y de que tiemblan las luces de los cirios. [..].
Si Vuecencia me lo permite, me gustaría despabilarlos.
Apenas le respondió
el prelado, con voz un tanto sorprendida, “Hágalo si le acomoda”, el conde sacó
la espada y de una cuchillada como un relámpago despabiló el cirio de la
derecha. Los presentes no habían tenido tiempo de manifestar el estupor, pero
una voz se oyó que susurraba: “¡Se ha atrevido a desenvainar delante del
Crucificado!”, pero ya entonces, el conde, de otra cuchillada igual había
despabilado el cirio de la izquierda: quedó
simétrico al de la derecha, ambos de la misma altura, y con luces de resplandor
idéntico, sin más temblor que el necesario.
Crónica del Rey pasmado, Gonzalo Torrente Ballester
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