Remontando el curso del rio llegó hasta una pequeña ensenada de arenas
plomizas. Saltando al agua con los pies descalzos, tiró del bote hasta
encallarlo en la arena. Sabía que sus magras provisiones apenas bastarían para
dos días más. Había considerado abandonar, antes, cuando aún era posible. Ahora
ya era demasiado tarde. Atenea le empujaba a seguir.
Le daba fuerzas para no perderse a sí mismo.
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